jueves, febrero 11, 2010

Los Lectores

La crónica refiere sobre un día especial en el año. Ese día, los habitantes del poblado se agrupaban en dos bandos bien diferenciados. Uno buscaba esquivar al otro. No obstante, bastaba con no transitar por esas calles. Quienes mantenían esta precaución permanecían escondidos, mirando a través de sus persianas el paso de ellos. Los que huían de las imágenes de ese día eran en su mayoría comerciantes, los cuales recreaban en parte el antiguo movimiento.
Estos sentían un espanto irreprimible. Los dueños de los negocios fueron los más destacados a la hora de reconstruir la cotidianeidad de estas tierras, heridas y devastadas, que hallaron al fin el nuevo comienzo. Una población pequeña, constituida en su mayoría por mujeres, arrea la vida para dar nacimiento a una era de transición. Sin embargo, los temores no abandonan la conciencia colectiva de los habitantes. El día señalado no es común, pues provoca una ruptura en la normalidad. En tanto, el acto en sí mismo constituye una simple caminata de un conjunto de personas. Nunca superan la decena o la docena. Los propietarios cierran sus puertas de madera, corren sus cortinas de encajes y mantienen su mirada sobre quienes caminan por la calle central. No obstante, saben perfectamente que en un breve tiempo deberán recurrir a los servicios de alguno de los egresados. Todos los dueños de los comercios encuentran la necesidad de contratar a alguno de ellos, desde el carnicero Damián hasta la Sra. Elisa de la casa de tejidos. La ignorancia produce que la escritura sea algo vedado para los comerciantes, quienes piensan que ella es el reflejo de la maldad. Los otros no son más que los nuevos escribientes. Año tras año, los egresados de la pequeña escuela situada al final de la calle central, abandonan la construcción cumpliendo con un rito moderno. Distendidos, caminan en grupo. A su paso, leen cada letrero a viva voz y con fascinación. En su marcha, los lectores hallan las carteleras de los negocios que anuncian ofertas y novedades que sólo ellos y otros capacitados pueden leer. Los dueños de los locales, imposibilitados por sí mismos, pagan por los trazos de quienes conocen la escritura.
Los egresados toman las tizas entre sus dedos y cumplen diligentemente con los dictados, en tanto los dueños preparan el dinero del pago. Esta ilusoria sociedad combina diversos niveles de desarrollo, resultantes de un abrupto corte y producto de la gran conflagración mundial ocurrida a comienzos del siglo. Así, dentro de este contexto, se produce la marcha que emula a los primeros lectores. Una nueva cadena va conformando sus eslabones, minuto a minuto, mientras existen aquellos quienes rechazan ese avance. La alfabetización es tan palpable como los temores. Quienes discrepan con el progreso acusan a la escritura como una parte del pasado y por ende, del desastre.